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El primer mandato bastó para que Cristina Kirchner se instalara como una de las más grandes dirigentes de la historia ya que la dimensión y el impacto de su gobierno significan, concretamente, cambios considerables en la vida de millones de argentinos y argentinas. Sus políticas públicas no pueden ser ignoradas ni siquiera por una oposición obtusa, resignada apenas a criticar formas, a pronosticar debacles y a minimizar resultados que sí aprecian y valoran las mayorías populares. ¿Alguien puede desconocer lo que significa en cualquier familia que los adultos tengan trabajo, que los niños estén cubiertos por la Asignación Universal y que los más grandes hayan logrado jubilarse? Quienes recuperaron esos derechos se cuentan de a millones y su incorporación a niveles de ingreso y de consumo dignos explica una parte del crecimiento del país. El éxito del modelo de desarrollo productivo con distribución de la riqueza e inclusión social echó por tierra cualquier argumento de la ortodoxia neoliberal, cuya ineficacia es dramáticamente probada en los principales países del mundo.
Sería injusto acotar el balance de la primera gestión a un resumen de impactos económicos y sociales. Aún si le sumaran otros derechos consagrados (las leyes de democratización de los medios o de matrimonio igualitario, entre muchas otras) estaría soslayando el contexto.
La presidenta logró llevar adelante una profunda transformación frente a un tándem político y económico que no dudó ni un instante en atrincherarse (usando la metáfora de un conocido filósofo opositor) contra el gobierno y sus medidas. A meses de asumir, el vicepresidente, en uno de los gestos de traición más claros de la historia, se alistó en la oposición al servicio del lobby empresarial que resistía las retenciones móviles al agro. Con una reacción envalentonada por el voto “no positivo” y por la generosidad de corporaciones mediáticas que pretenden recuperar su influencia, se restauró una alianza opositora antipopular parecida a la que enfrentó al peronismo desde mediados del siglo XX, que no consiguió unirse en términos electorales pero sí discursivos y parlamentarios, obviando diferencias ideológicas.
Cristina gobernó gran parte de estos cuatro años sin mayoría en el Congreso y con los medios más poderosos desplegando una artillería de críticas y difamaciones a pedir de boca del establishment. A un año de finalizar su primera gestión sufrió la muerte temprana de su compañero, Néstor Kirchner. El ex presidente, tras inaugurar la etapa de transformación más importante de los últimos 60 años y recuperar el valor de lo público y de la política, se había erigido en el militante más entusiasta de CFK y un arquitecto trascendente para consolidar el proceso de cambios populares. Sobreponerse a la muerte de una pareja ha de ser dificilísimo en lo emocional. Hacerlo mientras se ejerce el más alto cargo ejecutivo de un país y frente a una oposición despiadada hasta el límite de lo antidemocrático, es propio de una dirigente extraordinaria.
En esa fortaleza, atravesada por la angustia de la pérdida, radica la esperanza de que se profundice la transformación iniciada en 2003. Somos muchos quienes nos disponemos con alegría y compromiso a trabajar en ese objetivo, con el liderazgo irremplazable de una mujer que rompió el límite de lo posible.
Fuente : Tiempo Argentino
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