Hace dos años despertábamos con una de las peores noticias que podíamos recibir. Fallecía el ex presidente Néstor Carlos Kirchner, el dirigente más popular, audaz y transformador de los últimos tiempos. Su irreverencia, su tosudez, su humor, su carisma y su capacidad de acción política dejaban paso demasiado temprano a un dolor agudo y profundo, que se extendía a lo largo de todo el país y se hacía más hondo nada menos que en la Presidenta de todos los argentinos y las argentinas, su compañera Cristina Fernández de Kirchner.
Corrían tiempos duros, con la perspectiva de comicios presidenciales en menos de un año y una oposición envalentonada en recuperarle al establishment los privilegios perdidos. Pero esos dolorosos días de duelo, con todo un pueblo expresando una angustia que excedía cualquier cálculo, fueron muestra cabal de lo que Néstor y Cristina habían logrado construir en pocos años a fuerza de audacia, convicciones y militancia. Posiblemente, la miopía y la soberbia les hayan impedido a más de un necio comprender el significado último del llanto de ese pueblo o la potencia y la fortaleza de esa Presidenta que, abrazada a sus dos hijos, agradecía a cada uno de los que entrábamos a darle el último adiós a su compañero de la vida. “Si hasta el cielo se ha puesto a llorar”, dijo uno parafraseando el tango, mientras corría al lado de los autos oficiales camino al Aeroparque.
Kirchner merecía ese llanto colectivo de quienes lo queríamos y el silencio –aunque fuera forzado y por pocos días– de quienes lo habían denostado. Hizo todo lo que hay que hacer y más, para ser querido de ese modo tan intenso y ser respetado por su pueblo como uno de los grandes presidentes de Argentina. Desafió poderes y modales; pero no cualquiera, ni por puro capricho. Se enfrentó, con la perseverancia del convencido y la paciencia del que quiere ganar sin dar ventajas, a quienes resistían la recuperación de derechos humanos esenciales, a través del desmantelamiento de la matriz de desigualdad impuesta en la dictadura y consagrada en los ’90.
Con Néstor y Cristina, los argentinos y argentinas recuperamos el valor de la palabra política y la importancia de lo público como algo de todos y no de unos pocos; volvimos a creer que la justicia, la producción, el desarrollo, el trabajo, la distribución de la riqueza, la inclusión y la integración eran horizontes posibles y no meras utopías que, en el mejor de los casos, debíamos soñar sin conseguir. Que cada uno de esos valores se traducía en políticas públicas y en resultados concretos, tangibles, que transformaron para siempre la vida de millones de personas.
A dos años de esa dolorosa despedida, Néstor vive en el corazón de su pueblo. Su ejemplo cala fuerte en la vida de los argentinos y argentinas y orienta el día a día de quienes formamos parte del proyecto nacional, popular y democrático que conduce Cristina. Es el ejemplo de un militante que llegó a presidente de la Nación con la decisión de no dejar sus convicciones en la puerta de la Casa Rosada. Y que cumplió con creces ese mandato. El ejemplo de un hombre simple y franco, que estuvo junto a su pueblo y que dedicó sus mejores horas a construir una Patria más justa, más solidaria, más democrática; una casa grande en la que la felicidad no fuera un privilegio, en la que los derechos no fueran un lujo y en la que el amor y la solidaridad primaran sobre el odio y el desprecio.
Ese hombre, su alegría, su compromiso y su energía transformadora están y estarán presentes para siempre en el pueblo argentino.
* Frente Nuevo Encuentro. Presidente de la Autoridad Federal de Servicios de Comunicación Audiovisual (Afsca).
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